El eco de la rutina

El eco de la rutina

Hay días en que la rutina no es solo costumbre, sino que se convierte en un eco que rebota en las paredes del alma. Un eco que no responde, que no consuela, que no atiende. Solo repite. Y en esa insistencia, el corazón —ese terco buscador de sentido— comienza a inquietarse. No por el ruido, sino por el silencio de revote que lo acompaña. Porque hay silencios que no descansan, sino que interrogan. Y la pregunta que surge no es técnica ni filosófica, sino profundamente humana: ¿para qué camino mis pasos si aún no sé hacia dónde van?.

Toda buena pregunta merece ser explorada sin prisa, sin la urgencia de una respuesta inmediata y facilista. Que el sentido no se impone, se descubre —dice Frankl—. Y que para hallarlo, hay que mirar más allá del deber, más allá del calendario, más allá del “así se hace”. Porque cuando la vida se reduce a deberes y repeticiones, se vuelve un peso. Y no hay músculo que lo cargue si el alma no encuentra un motivo.

La monotonía no es solo aburrimiento, sino una forma de olvido. Olvido de lo que amamos, de lo que nos hace vibrar, de lo que nos recuerda que estamos vivos. Porque el sentido no se halla en lo repetido, sino en lo profundo de lo que amamos. Y amar, en este escenario, no es solo sentir: es elegir, es comprometerse, es romper la rutina con un gesto, con una mirada, con una decisión que nos devuelva el “para qué”.

El mayor cansancio no viene del trabajo, sino de no tener un propósito. Sin objetivo, hasta lo pequeño se vuelve insoportable. El té de la mañana sabe a nada, el saludo se vuelve mecánico, y el reloj deja de marcar el tiempo para simplemente contar los días. Pero cuando el sentido aparece —aunque sea tímido, aunque sea incierto— todo cambia. El mismo trabajo se transforma en vocación, la rutina en ritual, y el silencio en compañía.

Así que no se trata de huir de la rutina, sino de sembrarle preguntas. De interrumpirla con interrogantes, con reflexión, con amor. Porque cuando la rutina se vuelve un eco vacío, el corazón empieza a buscar. Y aunque no siempre encuentra a primera vista, hay que seguir buscando. Porque sabe que vivir no es solo repetir, sino descubrir. Y que el sentido, cuando se encuentra, convierte cualquier camino en un viaje digno de ser vivido, y “tal vez no pase mucho tiempo antes de que pueda compartir este sentimiento abrumador de felicidad con alguien que siente lo mismo que yo” – Ana Frank.

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