El peso del amor

El peso del amor

Hay días en los que el amor abruma, porque no encuentra por dónde salir, no se dice, no se da, solo se atrinchera. No por falta de intención, sino por exceso de presencia. Se acumula en el pecho como si el corazón fuera un recipiente demasiado pequeño para contenerlo todo. Y entonces, en una paradoja cruel, ese amor que debería aliviar, comienza a doler. No es un dolor punzante, ni siquiera triste. Es uno denso, como el de un abrazo que nunca se da, como el de una palabra que se queda atrapada en la garganta.

Siento que tengo tanto para dar que no cabe en mí. Y esa abundancia, lejos de ser liviana, pesa. Aprieta. Ahoga. Se convierte en un umbral: no es sufrimiento, pero tampoco es calma. Es ese punto intermedio donde el espíritu se pregunta si está bendecido o simplemente abrumado.

Pero en medio de esa confusión, hay una certeza que me sostiene. Creo que Di-s, en su misterio, me ha confiado este amor desbordado no para que lo guarde, sino para que lo entregue —en su debido momento—. No a unos pocos, sino a todos. A cada hijo, a cada ser que respira y necesita un gesto de ternura. Amar sin condición no es una tarea fácil, pero quizás es el propósito que da sentido a este peso.

Y si hoy duele, mañana será distinto. Porque el amor, cuando encuentra su cauce, deja de ser carga y se convierte en puente. Esa es la justificación que me repito, la que me permite respirar cuando el pecho se llena demasiado. Porque si no fuera así, si este amor no tuviera destino, entonces sí que sería insoportable.

Autor