Compañero lector: Le entrego este texto como quien comparte el último trozo de pan en un viaje largo. “Un Nuevo Capítulo: La Promesa del Derecho” no es mío, pero lo ofrezco con las dos manos, caliente como el primer café de la mañana. Mi colega ha escrito con bisturí y ternura. Yo sólo susurro: “Et lux in tenebris lucet”. — El que pasa la voz
Distinguidos miembros del claustro, honorable cuerpo docente que nos ha guiado con sabiduría y dedicación, queridas familias y amigos que han sido nuestro sostén incondicional, y por supuesto, mis estimados compañeros graduados, almas gemelas forjadas en el crisol del estudio jurídico:
Hoy, el aire que respiramos en este venerable recinto palpita con una mezcla embriagadora de emociones. Hay alegría, palpable y vibrante, por la meta alcanzada, por las incontables noches de desvelo convertidas en conocimiento sólido, por los debates apasionados que encendieron nuestras mentes. Hay también una suave melancolía, un eco dulce de los años que quedan atrás, de las aulas que se convirtieron en nuestro segundo hogar, de las amistades profundas que florecieron entre códigos y jurisprudencia. Y, sobre todo, hay un profundo sentido de gratitud, una conciencia clara del privilegio que representa este momento trascendental.
Nos encontramos en la cúspide de un nuevo comienzo, armados con las herramientas del intelecto y la ética que nos ha brindado esta prestigiosa facultad de derecho. El título que hoy recibimos no es solo un pergamino; es un símbolo poderoso, una llave que abre las puertas a la responsabilidad, al servicio, a la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
Recuerdo con nitidez aquellos primeros días, la incertidumbre inicial al enfrentarnos a la inmensidad del ordenamiento jurídico, la sensación abrumadora ante la magnitud de los desafíos que teníamos por delante. Éramos navegantes inexpertos en un océano de leyes, doctrinas y precedentes. Pero con la guía experta de nuestros profesores, faros de conocimiento que iluminaron nuestro camino, y el apoyo incondicional de nuestros seres queridos, aprendimos a leer las cartas náuticas, a interpretar las corrientes y a mantener firme el rumbo hacia este puerto seguro que hoy alcanzamos.
Hemos compartido juntos el rigor académico, la presión de los exámenes, la adrenalina de las exposiciones orales, el alivio tras la entrega de un trabajo final. Hemos celebrado los triunfos y nos hemos apoyado en los momentos de dificultad. Estas experiencias compartidas han tejido entre nosotros un lazo indestructible, una hermandad forjada en la búsqueda del saber y el compromiso con la justicia.
Hoy, al mirar hacia atrás, no puedo evitar evocar las palabras del gran escritor uruguayo Eduardo Galeano: “Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.” Esta frase resuena con una fuerza especial en este momento de transición. Durante estos años, no solo hemos adquirido conocimientos técnicos y habilidades analíticas; nos hemos transformado. Hemos moldeado nuestro pensamiento, hemos afinado nuestra sensibilidad ante las injusticias, hemos cultivado un compromiso profundo con los valores fundamentales del derecho.
El título que hoy recibimos nos confiere un poder inmenso: el poder de dar voz a los que no la tienen, de defender los derechos de los oprimidos, de luchar contra la impunidad, de ser agentes de cambio en un mundo que clama por justicia. Pero este poder conlleva una responsabilidad aún mayor. Como futuros abogados, debemos ser guardianes de la ética, defensores de la verdad y promotores de la equidad.
No olvidemos nunca que el derecho no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un ideal superior: una sociedad donde la dignidad humana sea respetada, donde la ley sea aplicada con imparcialidad, donde la justicia no sea un privilegio de unos pocos, sino un derecho de todos.
El camino que tenemos por delante no estará exento de desafíos. Nos enfrentaremos a dilemas éticos complejos, a presiones de todo tipo, a la frustración ante la lentitud de los cambios. Pero en esos momentos difíciles, recordemos la pasión que nos trajo hasta aquí, los valores que hemos abrazado y el compromiso que hemos adquirido con la sociedad.
Llevamos con nosotros el legado de esta ilustre facultad, el ejemplo de nuestros profesores, la fuerza de nuestros lazos de amistad y el amor incondicional de nuestras familias. Estos son los pilares que nos sostendrán en el camino.
Ahora, con el corazón lleno de esperanza y determinación, nos preparamos para alzar vuelo. Cada uno de nosotros emprenderá su propio camino, pero todos compartimos un mismo horizonte: la construcción de un futuro más justo y humano.
Este no es un adiós, sino un hasta luego. Nos encontraremos en los tribunales, en las oficinas, en los foros de debate, siempre unidos por el vínculo imborrable de nuestra formación jurídica y nuestro compromiso con el derecho.
A nuestros profesores, nuestra eterna gratitud por su dedicación, su paciencia y su sabiduría. A nuestras familias y amigos, nuestro más profundo agradecimiento por su apoyo incondicional, su aliento constante y su amor infinito. Y a mis queridos compañeros graduados, les deseo un futuro brillante, lleno de éxitos y realizaciones. Que la justicia sea siempre nuestra guía y la ética nuestro faro.