Hay quienes viven sin pensar demasiado, y están los otros, los que piensan hasta desgastarse. Los que pertenecen a estos últimos no pueden evitarlo. Las cosas no solo les suceden, las analizan, las giran, las descomponen hasta perderles el sentido. Lo que para otros es un instante, para ellos es una habitación llena de ecos.
El pensamiento les ofrece refugio, pero también los encierra. Los sostiene en los días grises, aunque a veces los empuje al borde. Es su forma de entender el mundo y, al mismo tiempo, de perderlo.
A menudo quisieran descansar de sí mismos, apagar la mente, dejar que el silencio se apodere de todo. Pero no saben cómo. Pensar es su manera de estar vivos. Y también, de no estar en paz.
Hay noches en que parecen dormir, pero no duermen, sueñan con ideas, con posibles, con versiones de lo que fue y de lo que no será. Porque quien piensa demasiado nunca descansa del todo. Solo aprende a disimular el ruido.
