Las palabras que quedaron en el papel, pero no en el olvido

Algunas palabras están destinadas a ser escuchadas; otras, aunque nunca pronunciadas, necesitan ser escritas y compartidas. Este discurso fue preparado con dedicación para un momento importante. Sin embargo, por diversas razones, estas palabras nunca fueron dichas en voz alta.

No obstante, su mensaje sigue siendo válido, su reflexión sigue siendo necesaria. Porque más allá de la ceremonia o del instante en que debía ser leído, este discurso trata sobre la responsabilidad, la ética y el propósito que conlleva el ejercicio del derecho. Su contenido no caduca ni pierde vigencia por no haber sido escuchado en un auditorio; por el contrario, adquiere una nueva dimensión al ser compartido aquí, en este espacio donde la palabra escrita tiene la capacidad de trascender el tiempo y las circunstancias.

Hoy, publico este discurso porque creo firmemente que lo que contiene merece ser leído. Porque el derecho no solo se ejerce en los tribunales, sino también en la conciencia de quienes lo practican. Y porque, aunque no haya sido parte de un acto solemne, sigue teniendo el mismo propósito: invitar a la reflexión y desafiar a cada abogado a preguntarse qué hará con la libertad y la responsabilidad que hoy lleva sobre sus hombros.

Hoy, la vida nos recuerda una vez más la relatividad del tiempo y de la existencia. Parece que fue ayer cuando entramos por primera vez a la universidad, como si todo hubiera pasado en un parpadeo: las aulas, las clases, las noches de estudio y la preparación para los exámenes finales. Pero esto no es el final de una etapa ni el inicio de otra. Más bien, es la confirmación de que este camino nunca se detiene. Quien escoge el derecho como profesión también elige el compromiso de seguir aprendiendo hasta el último día de su vida.

Recuerdo que, en nuestras primeras semanas de clase, un gran maestro de esta casa nos dijo: “Uno ya es lo que pretende ser”. Nos miró a nosotros, aquellos primerizos que apenas empezábamos a navegar los vaivenes de esta carrera, y afirmó: “Ya son abogados”. Esas palabras quedaron grabadas en mi memoria. Y hoy, al verlos aquí, comprendo que tenía razón. No es que hoy se conviertan en abogados, porque ya lo eran desde hace mucho tiempo. Hoy solo se les reconoce lo que, con esfuerzo y convicción, han demostrado ser.

Y es precisamente sobre la responsabilidad de esa elección de lo que quiero hablarles.

Hay un autor cuya vida y obra han sido para mí un faro en los momentos más claros y oscuros: Viktor Frankl. Médico psiquiatra, fundador de la logoterapia, de la tercera escuela vienesa de psicoterapia y sobreviviente de cuatro campos de concentración nazis. Frankl lo perdió todo: su trabajo, su hogar, su ciudadanía, su familia, sus bienes y hasta su nombre. Su padre murió de tifus en un campo de “reposo” nazi, su madre fue asesinada en una cámara de gas, su esposa y su hermano perecieron gaseados en Auschwitz, y a su hijo no lo dejaron nacer. Y sin embargo, después de todo ese horror, él eligió decir “sí” a la vida.

¿Por qué un abogado habla hoy de un psiquiatra austriaco que murió el siglo pasado? Porque en sus enseñanzas encontramos verdades esenciales que también nos atañen a nosotros.

La primera de ellas: la libertad humana. Frankl nos recuerda que, pese a todo, el ser humano es libre de decidir qué hacer con su vida. Puede que las circunstancias no siempre sean favorables, que los caminos se tornen difíciles, pero la última de nuestras libertades es inalienable: la de decidir quiénes somos ante lo que nos sucede.

Hoy, ustedes reciben un título que han conquistado con sacrificio. Es cierto que han contado con el apoyo de sus familias, de sus amigos, de sus seres queridos. Pero quienes decidieron seguir adelante, quienes enfrentaron cada examen, cada desvelo, cada obstáculo, fueron ustedes. De la misma manera, si hubieran desistido, también habría sido su decisión. Esa libertad es un derecho, pero también una responsabilidad.

Y ahí está la segunda enseñanza, ligada con la primera: la responsabilidad. Frankl les decía a sus estudiantes norteamericanos que, así como la Estatua de la Libertad se alza en la costa este de Estados Unidos, en la costa oeste debería existir una Estatua de la Responsabilidad, porque la libertad se torna arbitrariedad, si no se la vive en el sentido de la responsabilidad. En nuestra profesión, esta responsabilidad es inmensa. Cada día, por la negligencia de algunos, se pierden causas, se cometen injusticias y se traiciona la confianza de quienes buscan nuestra ayuda. No podemos ser parte de ese problema; debemos ser abogados íntegros, conscientes de la trascendencia de nuestra labor y del enorme peso de la confianza que la sociedad deposita en nosotros.

Ser abogado no es solo una profesión, es un compromiso ético con nosotros y con los otros. Las decisiones que tomen en su ejercicio profesional definirán no solo su carrera, sino su legado. ¿Serán jueces, magistrados, socios de bufetes, políticos, ministros? ¿O serán abogados mediocres, tinterillos, conformistas o, peor aún, corruptos? Esa elección, como siempre, será únicamente suya.

Finalmente, Frankl nos deja una tercera enseñanza fundamental: el sentido de la vida no es algo que se nos otorga, sino que debemos descubrirlo a través de nuestras acciones y actitudes. En algún momento, muchos de ustedes se preguntarán si tanto esfuerzo ha valido la pena. Se enfrentarán al desempleo, a la explotación laboral o a la incertidumbre. Tal vez duden del valor de lo que han logrado.

Sin embargo, como decía Frankl, la verdadera cuestión no es qué esperamos de la vida, sino qué espera la vida de nosotros. No es la profesión ni el mundo exterior lo que define nuestro propósito, sino nuestra capacidad de responder, con responsabilidad y valentía a los desafíos que se nos presentan. Incluso en el sufrimiento o en la adversidad, tenemos la libertad última: elegir nuestra actitud. Ahí, en esa elección, reside nuestra mayor oportunidad de darle sentido a la vida.

Hoy, como ayer y como siempre, ustedes son los arquitectos de su destino. Lleven con orgullo el título que han obtenido, pero, sobre todo, llévenlo con dignidad. Sean fieles a sus principios, honren la confianza que la sociedad deposita en ustedes y recuerden que siempre hay alguien, un amigo, una pareja, un maestro, una persona viva o muerta, o incluso un Di-s, que observa lo que hacen y no querrá sentirse decepcionado.

La pregunta que hoy les hago es: ¿qué van a hacer con esa libertad? ¿Quiénes van a ser? Porque la respuesta a esa pregunta será el verdadero monumento a su memoria. Haciendo mías las palabras de Viktor: “En este mundo hay dos razas de hombres. Sólo dos: la ‘raza’ de los hombres decentes y la ‘raza’ de los hombres indecentes.” ¿A cuál van a pertenecer?, pues al final, recuerden, seremos juzgados por nuestros coetáneos y también por los no contemporáneos, y como en el anfiteatro flavio -coliseo romano- se decidirá la suerte de nuestro legado, que es un tipo de decisión sobre la vida 👍y la muerte👎. ¿Qué deciden?

Muchas gracias.

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