Amo, ergo es. Te amo, luego existes

Amo, ergo es. Te amo, luego existes

El argumento amo, ergo es. Te amo, luego existes de Viktor Frankl establece que el acto mismo de amar confirma la existencia de lo amado —en particular, de Di-s— de un modo análogo a cómo Descartes sostiene que el “cogito” garantiza la existencia del sujeto pensante.

“Al igual que el anhelo del corazón, el amor puede marcar un camino hacia Dios: amo, ergo es. Te amo, luego existes. Esta tesis no posee menor fuerza que la de Descartes, cogito, ergo sum: pienso, luego existo. Si para el filósofo francés, el hecho de «pensar» demuestra que yo existo, para mí, el hecho de «amar» demuestra que la persona amada existe y, por supuesto, también ese Dios a quien yo amo. Es obvio que el amor tiene esa capacidad de «salir» desde la persona hacia la realidad exterior” Cuando el mundo gira enamorado. Semblanza de Viktor Frankl — Rafael de los Ríos

Para Descartes, su certeza más inmediata es la de que él mismo existe como sujeto pensante, no puede dudar de que duda (o piensa) sin que exista un “yo” que duda o que piensa. Se trata de un punto fundacional en su epistemología: el pensamiento se autojustifica. No hay “yo” si no hay un acto de pensarlo.

Por su parte Viktor plantea que si “amar” es un acto irreductible que trasciende al sujeto, entonces el hecho mismo de amar prueba que el objeto amado —la persona amada, y por extensión Di-s— existe fuera de uno mismo. En otras palabras, así como Descartes ve el pensamiento como prueba de la propia existencia, Frankl sostiene que el amor, por su naturaleza “saltar fuera” del sujeto, demuestra la existencia de lo amado.

Amar implica que el sujeto se “vuelve” hacia otra realidad; no queda encerrado en sí mismo: su afecto se proyecta, busca un objeto y, en esa medida, presupone que tal objeto existe. El amor no podría darse si el objeto fuera completamente ilusorio o proyectado, ¿cómo amar algo que yo mismo he inventado?. Aquí subyace la idea de que, si yo amo auténticamente, debo estar respondiendo a una alteridad real; de lo contrario, mi amor sería autoengaño.

Amo, ergo es. Te amo, luego existes

En suma, amo, luego existes es un argumento de carácter fenomenológico o existencial. Su fuerza radica en mostrar que, para quien ama auténticamente, el objeto amado (sea otro ser humano o Di-s) se revela como “real” y necesario. Sin embargo, su capacidad de convencer a un escéptico es limitada, es futil, pues el incrédulo puede responder que ese amor se explica perfectamente con factores internos (psicológicos, culturales o emocionales).

Por lo tanto, podríamos concluir que, para el creyente o para quien tiene ya cierta apertura a la dimensión trascendente, el argumento es muy valioso y posee un sentido profundo: el amor, al “salir” de mí, me convierte en receptáculo de algo que no soy yo, y en esa medida “prueba” la existencia del amado. Pero desde una perspectiva objetiva o escéptica, esa misma experiencia no llega a constituir una prueba ontológica categórica, sino más bien una justificación interna de la fe o de la creencia en la existencia de un Ser trascendente.

Autor